martes, 17 de abril de 2012

Ceaucescu, ciorbas y canes


Teníamos pendiente otro encuentro con Eduardo, el profesor del Liceo Bilingüe Miguel de Cervantes de Bucarest. Este zaragozano, llegó a Bucarest, como él dice, siguiendo a una mujer, y de quien ha terminado enamorándose es de la ciudad. Su visión de historiador y su análisis de la época comunista y post-comunista nos ha puesto en contexto la sociedad actual de Rumanía y nos ha permitido entender su evolución.

“Las revoluciones solo acaban con lo que ya no existe”, sentenció mientras explicaba cómo cayó el régimen de Ceaucescu, el dictador cuya sombra todavía planea en amplios sectores de la sociedad. Paseando unas horas después por la plaza de la Universidad, donde todavía son visibles las pancartas y pasquines que los jóvenes rumanos colocaron allí durante las movilizaciones de su 15M particular, resulta inevitable pensar si no nos encontramos ante el final de otro sistema que agudiza cada vez más la brecha de la desigualdad.


Nos hubiésemos quedado con él todo el día escuchándole pasar de un tema a otro pues es realmente un conversador nato. Entre tantas palabras nos quedamos con la frase que rompe muchos estereotipos: “en diez años aquí solo me han intentado robar una vez; en el aeropuerto de Barajas”.

Nos despedimos de Eduardo porque habíamos quedado con Roxana para comer en el jardín de su casa una comida típica de Pascua preparada por su madre. De plato principal ciorbă de perişoare, una sopa de albóndigas de la que dimos buena cuenta. Pero sobre todo quedamos con ella para continuar la conversación, esta vez con más intimidad, sobre la lucha que muchos colectivos pertenecientes a minorías están llevando a cabo en una Rumanía todavía muy resistente a ciertos cambios sociales. Su pasión y convencimiento al hablar nos contagia un estado de ánimo tan eufórico que, como ella repite constantemente, “lo flipas”.


El poco tiempo que hemos podido compartir con esta gitana rompedora nos ha convencido de que hemos dejado otra amiga en Bucarest. Con ella y con tantas otras personas que hemos conocido aquí esperamos volver a encontrarnos muchas más veces.

De vuelta al hotel, en nuestro último día, unos cuantos perros se nos cruzaron por el camino casi rogándonos que les grabáramos. Todos en distintas actitudes, con diferentes ánimos. Uno de ellos no se conformó con el papel de extra y nos brindó una actuación espontánea que estamos convencidos que se transformará en la escena final de nuestro documental. Ellos también forman parte de la realidad. De Bucarest. De Rumanía.

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